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“Armando Pulgar” y “Juan Portugués” dos seudónimos de escritores de Torrelavega
El primero corresponde a don Antonio Bartolomé, importante pluma costumbrista; el segundo, al oftalmólogo y crítico deportivo don José Collado Soto. Hace tiempo que vengo recuperando los seudónimos más importantes del periodismo de Cantabria o, mejor dicho, de la literatura de Cantabria desde la introducción de la imprenta en España. Poco a poco he recuperado más de mil seudónimos correspondientes a quinientos escritores y periodistas cántabros, toda una labor paciente que me he tomado en serio para que en su momento pueda formar parte de la bibliografía de la prensa de nuestra comunidad. En las letras de Torrelavega han destacado seudónimos de escritores importantes, algunos de especial significación y de brillo intuitivo a la hora de su elección por parte de quienes los alumbraron. Me han encantado por su significado los de “Armando Pulgar” y el de “Juan Portugués”, que pertenecieron a don Antonio Bartolomé Suárez y a don José Collado Soto. El de “Armando Pulgar” fue eligido por Bartolomé para sus crónicas bolísticas en el diario Alerta y no puede tener más vinculación con el deporte vernáculo. El de “Juan Portugués”, que apela al orgullo diferenciado de los torrelaveguenses, fue inventado por el oftalmólogo don José Collado Soto para sus crónicas deportivas en la vieja publicación Dobra (1953), en los primeros tiempos de Radio Torrelavega y en comentarios sobre el ayer torrelaveguense. Conocí mucho más a Antonio Bartolomé ya que cuando yo era un chaval, él hacía las veces de patriarca del periodismo local con Paco Cayón y Joaquín Díez Blanco. De Bartolomé tengo recuerdos más frescos ya que simpatizaba con su forma recta y honrada de hacer el periodismo y me entusiasmaban sus crónicas costumbristas, entre las que cuento con gran éxito el comentario semanal en Alerta sobre La Tía Josefuca (1). Recuerdo que uno o dos años antes de morir (2000) me entregó unas cuartillas en las que narraba sus orígenes en “hogar humilde”, hijo de minero, tiempos en los que “eso del pan bajo el brazo todavía no se había inventado”. Se emocionaba cuando me contaba que su padre tuvo siempre especial interés en que no perdiera un solo día de escuela ya que él, huérfano de padre y madre en un solo año y tan solo con seis años, no aprendió a leer y escribir hasta que hizo la mili. De la escuela de Reocín y con sus primeros estudios guiados por su maestro don Ricardo Barreda y los consejos espirituales de su párroco don Victorinio Ortgega, a los once años ingresó en el seminario de Corbán; sin embargo, la falta de vocación le hizo abandonar los estudios cinco años después y se puso a trabajar como pinche en un bar de Torrelavega, más tarde peón de mina y, posteriormente, empleado en un comercio de la capital cántabra. Su primer éxito profesional le llegó a los veinticinco años cuando logró ingresar en la empresa lechera SAM, trabajando en el laboratorio y más tarde como inspector, actividad ésta que le permitió visitar muchos pueblos y vivir día a día, con intensidad, la actualidad del campo. Fue por esta vía por la que inició sus contactos con el director de Alerta don Fancisco de Cáceres y Torres que también dirigía la revista de la empresa láctea, encomendándole poco tiempo después –a lo largo del año 1952- las crónicas de las ferias ganaderas, actividad que prácticamente desempeñó sin interrupción hasta su jubilación en 1985. A partir de 1952, tres años antes de asumir la corresponsalía de Alerta en Torrelavega, Bartolomé comienza a colaborar activamente en la revista de la cooperativa ganadera y lechera de la SAM. En esta publicación Bartolomé fue el encargado de hacer las crónicas de las ferias, una sección que evolucionó del título Las ferias del mes de al De feria en feria, así como otras noticias del campo y entrevistas a los socios. En las columnas de esta revista, Bartolomé firmó con los seudónimos de F. Suabarán, Toño Pomares y Neluco, nombre este con el que también firmó algunas crónicas ganaderas en la publicación Dobra (1953-55). El 4 de febrero de 1955 el director de Alerta, Francisco de Cáceres, impulsó el relevo en la corresponsalía de Torrelavega, nombrando a Antonio Bartolomé en sustitución de Jesús González Caba. Para entonces, Bartolomé ya venía colaborando en el periódico sobre las ferias ganaderas; también en las revistas Dobra, Obra San Martín, El Santo y en Radio Juventud de Torrelavega. A lo largo de estas tres largas décadas, Bartolomé fue notario de primera fila del acontecer torrelaveguense, defensor de los intereses locales, animador de las ferias ganaderas con sus acertados comentarios e impulsor de crónicas costumbristas como la sección Las cosas de la tía Josefuca, germen de su magnífica obra editada por la Universidad de Cantabria Aforismos, Giros y Decires en el Habla Montañesa (1993). Los días de mercado eran aprovechados por Bartolomé para ofrecernos en unas pinceladas escritas con gracia y con el lenguaje de las gentes de nuestras aldeas y pueblos pasiegos, la animación de la vida local, con la tía Josefuca como gran protagonista. También hizo famoso su comentario diario Meridiano del Cántabro en las páginas de Alerta, en el que reflexionaba sobre los acontecimientos del día a día y los problemas de la ciudad, denunciando hechos como el desmantelamiento de los restos de la vieja torre de La Vega, siendo su pluma la única que defendió aquellas piedras históricas como monumento de Torrelavega. Bartolomé dejó la corresponsalía en 1985. Acababa de cumplir nada menos que setenta y seis años, recibiendo numerosos homenajes como reconocimiento a una larga y fructífera labor periodística a favor de los intereses del campo y de la ciudad de Torrelavega. Igualmente hay que destacar su labor como escritor. No solo rescató los documentos del Pleito de los Valles –hecho del que se cumplirá medio siglo en 2007, creo recordar- sino que Bartolomé, una vez retirado de la profesión periodística, escribió varios libros de gran interés por los relatos costumbristas que contienen. Su Anecdotario Montañés (1987) condensa gran parte de sus saberes sobre el patrimonio de nuestras comarcas rurales y las perennes culturas que guarda en sus entrañas la comunidad cántabra. Además de recibir la Medalla al Mérito Agrícola, Antonio Bartolomé fue nombrado hijo predilecto del Ayuntamiento de Reocín, donde había nacido. No costó mucho este reconocimiento, porque era merecido y la petición que elevé al alcalde José Manuel Becerril fue atendida inmediatamente. Tras su muerte, el hueco que dejó sigue sin cubrirse en cuanto a esa vertiente tan importante como es la del periodismo costumbrista. En cuanto a Pepe Collado mi relación fue escasa. Gran aficionado al deporte del bolo palma, modalidad de la que fue directivo a nivel nacional, destacó por sus cargos públicos en el Ayuntamiento de Torrelavega y su presidencia de la Peña Mallavia, de la Llama. Entusiasta “portugués”, colaboró activamente en Dobra, los inicios de Radio Torrelavega, Alerta y El Diario Montañés. Al deporte y a la historia de la ciudad, dedicó sus trabajos con uno de los seudónimos más celebrado de la actividad literaria local.
Comentario leído en Radio OID (1 de marzo de 2001) y Radio Altamira (6 de agosto de 2003), día en el que Bartolomé hubiera cumplido 96 años. |
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